Lenguaje y neoliberalismo

Eduardo Gutiérrez alerta sobre el cambio en algunas conceptos y palabras, por parte de quienes mantienen el poder, buscando despojarlas de sentido y usarlas a favor del discurso neoliberal. Tal apropiación conceptual es parte del modelo privatizador, esta vez referido al lenguaje para consolidar el control político.
Eduardo Gutiérrez González
No hace falta ser un experto en lenguaje para darse cuenta de cómo ha ido variando -en tiempos del neoliberalismo- las definiciones de ciertas palabras o conceptos. A inicios de la llamada “transición a la democracia” o -de los gobiernos post dictatoriales según una definición políticamente más asertiva- las clases dominantes, con el control casi absoluto de los medios de comunicación se dieron a la tarea de desarmar palabras que encerraban conceptos que por décadas formaron parte del acervo cultural popular de los chilenas y chilenos. El primer objetivo fue quitar toda connotación política de clases a la democracia. La democracia era se suyo un bien superior más allá de cómo el régimen político funcionara y a quién beneficiara. De tal forma que la democracia restringida que nos rige de acuerdo a la Constitución de 1980 (reformada el 2005) era la democracia representativa resultado de las elecciones de autoridades realizadas cada cuatro años. Los votantes derivan su soberanía, totalmente al margen de las decisiones de quienes fueran electos. ¿Alguien fue consultado por la privatización del cobre, del litio o de las aguas? El segundo objetivo más sibilino fue transformar el sentido de ciertas palabras, quitarle su connotación político-ideológica y revertirlas en apoyo a las políticas neoliberales: la palabra plusvalía que significa la apropiación del plus trabajo por parte del empresario y que es la base de la explotación capitalista se transformó en un término ligado a la ganancia inmobiliaria. De esta forma quien compra un bien raíz como inversión puede obtener una plusvalía al venderlo tiempo después. En esta misma dirección es que ha aparecido en el último tiempo el concepto de “colaboradores” para hacer referencia a los trabajadores. Estos serían parte de una misma familia con los dueños de las empresas o sus directores o sus accionistas. Todos estos novedosos y creativos conceptos han comenzado a irse al traste, como sucedió con el ya olvidado “capitalismo popular” de la época de la dictadura, cuando la privatización de las empresas estatales fue acompañada por la venta de una parte ínfima de tales acciones a ciertos grupos de trabajadores a cambio de sus finiquitos. La Rebelión popular del 18 de octubre y luego la Pandemia demostró que no hay colaboradores, sino trabajadores y trabajadoras que sufren la explotación y la represión, que las ganancias inmobiliarias están muy lejos de ser parte de la realidad del mundo popular y que la democracia a medias (o en la medida de lo posible) obedece a un sistema político obsoleto y discriminador.