La incansable lucha de Antonio Cadima y el Taller Sol por reivindicar la cultura popular

La incansable lucha de Antonio Cadima y el Taller Sol por reivindicar la cultura popular

El taller Sol nació en agosto de 1977 en San Martín 75, pleno centro de Santiago, en momentos que arreciaba la etapa más brutal de la dictadura. Antonio Cadima, su creador y director, lo recuerda como un momento de expansión de las actividades desarrolladas en la peña La Parra, una iniciativa autogestionada que, durante 1975, comenzó a funcionar en un restaurante y al año siguiente adquirió vida propia en una vieja casona de Teatinos. Allí se presentaban, entre otros, Pancho Caucamán, Tilusa, Jack Brown y el “Toño Kadima”, quien junto un novato Luis Sepúlveda, leía poemas de amor y resistencia. Un grupo de integrantes de la peña decidió expandirse a otras ramas artísticas como danza, rock o la pintura y establecer un espacio de creación colectiva, lo que luego se plasmó en el taller Sol. Era un invierno setentero y fue un paso más de un largo andar, con miles de vicisitudes propias del trabajo cultural de resistencia efectuado por quienes permanecieron en el país decididos a enfrentar a la dictadura en sus peores momentos.

El sacrificado trabajo cultural contrahegemónico durante la Dictadura

El taller Sol irrumpió por iniciativa de un grupo de personas que concebía el trabajo artístico integrado a la lucha que los sectores populares emprendían cotidianamente contra el régimen. Por lo tanto, establecía una relación dinámica con el pueblo, aportando a su liberación en una riesgosa trinchera, ya que su trabajo, aunque clandestino en su planificación, era abierto en su manifestación y fácil de pesquisar por la represión. Pero, a la vez, se retroalimentaba del movimiento popular, el que se esforzaba por reconstruir sus organizaciones políticas y reorganizar un incipiente movimiento social que, junto con sobrevivir en talleres de arpilleras y ollas comunes, establecía en el acto cultural la principal manifestación rearticuladora, desarrollada en barrios, universidades, campos, capillas, teatros y locales sindicales, siendo cantores, poetas, actores, músicos, payasos, declamadores, un grupo de hombres y mujeres que, reafirmados en lo colectivo, funcionaban desde un peligroso y privilegiado lugar: arriba del escenario. Ente ellos estaba Antonio Cadima Zamora, uno de los imprescindibles. No era un principiante, durante el proceso de la Unidad Popular había participado activamente en las JAPs y canastas populares en las poblaciones que circundan Santiago, ciudad a la que había llegado desde su natal Iquique, cuando aún era un niño. En la nortina localidad adquirió sus primeras enseñanzas en el antiguo y proletario barrio El Colorado, luego junto a sus progenitores Nieves y Alfredo, se trasladó a vivir a la capital. A comienzos de la Dictadura se “refugió” en el grupo de rock Tumulto, pero en 1974 lo detuvo la DINA en el cuartel de José Domingo Cañas. Una vez en libertad se dedicó de lleno al trabajo cultural colaborando en el cine arte, participó en la entidad que luego sería la Fundación Normandie y en el Teatro Egaña montó los musicales de los domingos. Desde allí a las peñas y al taller Sol.

El trabajo cultural bajo la dictadura fue difícil, las primeras peñas y actos debieron autogestionarse y, además, enfrentar la multiforme represión, pero resultó crucial en el discurso que enfrentó a la narrativa oficial, la que prohibió melodías e instrumentos andinos promoviendo la cultura liviana que exaltó el prototipo del ejecutivo exitoso y, en el folklore, el hacendado con poncho de huaso, asociando al pueblo con el “roto” movilizado en las guerras contra naciones hermanas y a la “china” como la doméstica servicial, criadora de niños ajenos. Expresión de una chilenidad artificial consustancial a la clase dominante y frente a tal construcción ideológica, la oposición cultural anti dictadura debió avanzar en un nuevo terreno y lo hizo desafiando el complejo escenario. Continuó con propuestas culturales anteriores, pero a la vez rompió con ellas, las condiciones objetivas habían cambiado y no podía ser un movimiento que acompañase a los segmentos populares, ahora estaba a la vanguardia. Así, rescató al habitante originario del paternalismo y lo vio como precursor de la primera resistencia, la que se extendía por siglos, pasando por luchas obreras y populares hasta llegar a las batallas contra el pinochetismo. Asimismo, concibió al pueblo como sujeto creador de riqueza y luchando más allá del economicismo, inserto en procesos que, con avances y retrocesos, exigía el máximo esfuerzo creativo y militante, con un despliegue que fue más allá del folklore para incorporar al rock y otros ritmos, así como extender las técnicas y estilos, en medio de una situación límite. Con manejo en serigrafía y grabación, entre la cámara fotográfica y el casette, con una nueva performance y sin descuidar la autodefensa. En una fuerte vorágine, pasó del acto artístico a la manifestación callejera, huelgas de hambre, acciones de propaganda, lucha de ruptura y luego, en una fase superior, arribaron las protestas populares. Muy lejano quedó el sencillo acto cultural como principal forma de lucha política e ideológica iniciada en la década anterior.

El Taller Sol encaminado a la madurez artística

La trayectoria del Taller Sol hasta 1990 estuvo principalmente en la trinchera popular. Desarrolló su actividad entre allanamientos, expulsiones de sus locales, vigilancia, atentados y detenciones. Cadima Zamora fue torturad por la CNI en el cuartel Borgoño, también estuvo relegado en Chiloé durante 1981 y en Alto del Carmen en 1983, pero el trabajo cultural no cesó, todo lo contrario, se fue consolidando. Desde la poesía evolucionaron como artistas perfeccionando las técnicas con una gran creatividad que nacía de la lucha. A varias décadas de aquellos intensos momentos, el “toño” responde muy satisfecho que pasaron de la poesía a la plástica y luego a las artes visuales, “aprendimos xilografía, aguafuerte, grabado en general, serigrafía, fotografía, algo de cine, performance, instalaciones, arte callejero, diseño gráfico y otros más”. Alejados de cualquier pretensión elitista fundían su actividad con la resistencia del pueblo al que pertenecían, así, agrega que, “vivíamos en poblaciones, actos universitarios, sindicales callejeros o cerrados, peñas poblacionales o pintando murales en los territorios”.

La fase post dictadura no significó un gran cambio en la propuesta cultural del Taller Sol, el que evolucionó a Centro Cultural y que siguió su deambular por el centro santiaguino, también concebido como un territorio en disputa. En tal sentido, la manifestación en el espacio público fue complemento de actividades que realizan en el interior del local. Es así como han emprendido trabajos en muralismo, muestras culturales, ferias de las pulgas, acciones recuperativas de sitios emblemáticos como el cuartel Borgoño o el patio 29 del cementerio general y otras manifestaciones ligadas a la comunidad. Al mismo tiempo levantaron la Biblioteca Barrial Claudia López, recordando a la joven asesinada por carabineros en 1998 y en el plano de la memoria elaboraron un Archivo de la Resistencia. Igualmente, desarrollan conversatorios sobre Arte y Política y otras diversas temáticas, en especial fechas históricas, en muchas oportunidades con invitados extranjeros. También sobresalen innumerables exhibiciones de documentales sobre temáticas relacionadas a la lucha popular junto a jornadas de cine arte, análisis del tema migratorio y cursos sobre variadas técnicas artísticas. En tiempos de epidemia, con barrios cercados por el hambre, resurge la vena solidaria en toda su magnitud con la organización de “porotadas”, proveídas con aportes de los vecinos y pequeños comerciantes. Un conjunto de dinámicas acciones efectuada aprovechando largos años de experiencia.

Una propuesta de cultura popular autónoma de memoria y resistencia

Hoy el Taller Sol está ubicado en pleno barrio Yungay, en la Avenida Portales 2615 y toda la actividad que desarrollan sus integrantes está enfocada al cambio del sistema desde lo cultural artístico y, en dicho plano, han ordenado sus tareas sobre la base de cuatro elementos que según su fundador los han ido descubriendo: Autonomía, Autogestión, Memoria Histórica y Resistencia. Su desarrollo les permite mantener un alto grado de independencia, sobre todo frente al Estado y otras instituciones, ya que nadie puede condicionar la libertad que tienen para actuar consecuentemente con lo que piensan. Así, nadie los condiciona ni presiona a realizar actividades en las que no creen, ni para que dejen de hacer lo que consideran acorde con la causa a la que han adherido por largas décadas. Cadima recalca sin duda alguna: “con una dignidad muy alta”. Un logro que aprecian es la amplia red de relaciones que mantienen con organizaciones poblacionales, de la cultura, “los pocos partidos de izquierda que quedan”, así como con sindicatos y la Iglesia. Eso, “en la medida que quieran tener relaciones con nosotros en un plano de horizontalidad”.

De esta manera, creando, investigando, apoyando, luchando, reflexionando y conversando, “toño Kadima” y los miembros del Taller Sol prosiguen sus tareas, conscientes de pertenecer a un colectivo mayor que trabaja por el futuro sin descansar.

Diplñoma naranjo con una máscara
Diploma del 23 diciembre de 1977, conferido a un veinteañero Ricardo Larraín por su participación en el Festival de Cine Joven organizado por el Taller Sol.