El quiebre por arriba

El quiebre por arriba

Los problemas del gobierno para mantener su coalición y la guerra civil en la Derecha, muestran que sus dificultades aumentan e irrumpen sorpresivamente. La posibilidad de que reactive la economía con el actual modelo se complica y Piñera solo puede aspirar a terminar su mandato.

Es evidente que la crisis se está manifestando con intensidad y si bien la Derecha y los empresarios pensaban que la epidemia serviría como relajo y control, es indudable que han repetido los errores de cálculo, tal como lo han venido haciendo durante los últimos meses. Se niegan a aceptar que el país está bajo una crisis profunda, que tarde o temprano sucederá un cambio y la única incógnita se ubica en la forma que este tendrá. Como todo gobernante que está al borde del colapso, Piñera tiene dificultades para observar la realidad y vive de ilusiones. Repite muchas fórmulas de gobiernos anteriores a los cuales precisamente él reemplazó como alternativa, así insiste en bonos, préstamos blandos y subsidios. La lista es larga y media traicionera, va desde creer que somos un país exitoso porque tenemos cuentas fiscales sanas y con muchos emprendedores hasta aceptar que la cantidad de gente trasgresora de la cuarentena y el toque de queda, es la cifra que entrega carabineros todos los días. Piensa que consensuando ciertas medidas con los empresarios o algunas multinacionales, es suficiente para que el país acepte dicha gestión como propia. Chile es mucho más que el barrio alto santiaguino.

Increíble pero solo les queda el Estado

Cualquiera que escuche a los dirigentes empresariales o lea las columnas de opinión de sus ideólogos, podrá darse cuenta de que sus fórmulas de recuperación del país lo que menos tienen es originalidad. Plantean algunas conjeturas que buscan mayor aplicación de la tecnología en los procesos productivos o propone iniciativas de responsabilidad social e inclusive con algo de timidez aprueban un nuevo trato con sus trabajadores, pero más allá de eso, no tienen ningún otro planteamiento que les permita imaginar un Chile distinto. Porque creen que el país no necesita cambiar, sino ponerse a trabajar, lograr una alta productividad y abrirse a nuevos mercados externos.

Eso significa que la clase empresarial tiene las luces apagadas y no sirve para encabezar las transformaciones que el país entero pide a gritos. Por allí no vendrá la solución, todo lo contrario se transformarán en fieras piezas de contención de los cambios. Por ello, aspiran a que sus representantes en el Estado, o sea el gobierno, parlamento, Fuerzas Armadas, Tribunal Constitucional, Poder Judicial y otros, se transformen en los instrumentos que frenen cualquier alternativa que trastoque la actual situación de poder al interior de la sociedad chilena. No existe ni tienen otra herramienta, ya que la forma en que se fue disociando la elite con la gente común del país, impide que las instituciones que generalmente intermedian a su favor, hoy estén con suficiente capital político para hacerlo, el caso más claro es el de la Iglesia Católica. Ni siquiera la embajada de Estados Unidos está en condiciones de salvarlos, tal como sucedió en 1973 y durante los años 1988 y 1989.

Cualquier triunfo en la cúpula será un espejismo sin la fuerza organizada del pueblo asentada en los territorios. Los empresarios pueden aceptar derrotas momentáneas pero no dejarán el poder.

Por otro lado, la mantención del aparato estatal como principal instrumento de contención y control, tampoco es garantía de una exitosa gestión defensiva. Porque las cúpulas siempre están sostenidas por una base y es en este lugar en donde el gobierno tiene problemas, a no ser que se trague lo de las encuestas. Las cuarentenas son irrespetadas por anuncios contradictorios, pero también por la alta desconfianza con el presidente. Por ello, la utilización del aparato de Estado tiene sus límites y puede ser que dentro de sus propias filas salgan fórmulas de reemplazo en su jefatura. No sería la primera vez que sucede en Chile.

El pueblo no puede cegarse con artificios cupulares

Hasta el momento, las fuerzas populares autoconvocadas son las únicas que garantizan el cambio que necesita el país. Nadie puede entusiasmarse con fuegos de artificios cupulares, porque es el terreno que más le acomoda a Piñera y a los empresarios. Tampoco se trata de ser infantil y basista, no asumiendo que las particularidades de la formación social chilena, indican que se deben impulsar batallas en todas las esferas, incluida las institucionales, porque la lucha será amplia y multisectorial. Pero se debe tener en claro que hoy el esfuerzo principal está en construir la fuerza estratégica del pueblo, en los territorios y sobre la base de una praxis de lucha concreta. Pero, en especial, una tarea de suma importancia radica en la elaboración de un programa de profundización democrática, porque define el tipo de sociedad a la que aspiramos. De lo contrario, como sucede tantas veces, el pueblo trabajador aportará el principal esfuerzo y numerosos mártires, pero serán otros y otras, quienes de manera claramente oportunista abjurarán de su adhesión al neoliberalismo y se transformarán en portaestandartes de un capitalismo renovado, el que, ahora sí, tomaría en cuenta los intereses populares. A no encandilarse con espejos de vidrios. Nada, ni nadie, puede desviarnos de la construcción del poder alternativo al Estado, menos de la articulación de la unidad político social más amplia. Las estructuras populares creadas al calor de la movilización son suficientemente sólidas para enfrentar las tareas cotidianas, con flexibilidad orgánica y respuesta oportuna, sobre tales rieles se debe seguir avanzando.