La arremetida de la Derecha ante el evidente retroceso del progresismo en Uruguay

La arremetida de la Derecha ante el evidente retroceso del progresismo en Uruguay

La derrota del Frente Amplio uruguayo generó una fuerte iniciativa de las fuerzas neoliberales, frente a la cual, la izquierda no puede construir una respuesta adecuada que frene el vendaval de medidas que afectarán a los trabajadores.

El Frente Amplio de Uruguay, FA, fue creado en febrero de 1971 como expresión de un proyecto parecido al de la Unidad Popular chilena y contó en su base con los partidos Socialista, Comunista y un pequeño Demócrata Cristiano, más disidentes de las dos organizaciones políticas tradicionales que hasta entonces habían compartido el poder, el Partido Nacional, de ideología conservadora ligada a facciones de hacendados y el Partido Colorado, cercano al sector financiero industrial. A la naciente entidad se agregó gran cantidad de independientes y sectores de militares retirados progresistas entre los que figuraba el ex general Líber Seregni, quien se convirtió en su candidato a las elecciones presidenciales de noviembre de 1971 alcanzando el 18,24 de los sufragios. El Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros propiciaba la lucha armada. En 1973 se implantó la dictadura militar que duró hasta 1985.

La nueva etapa post dictadura

La vuelta al régimen democrático fue negociada en el llamado Pacto del Club Naval, que acordó convocar a elecciones generales en noviembre de 1984, resultando triunfante el Partido Colorado con Julio María Sanguinetti. En dichos comicios el FA logró el 22 por ciento, resultado que repitió en 1989, pero en la contienda de ese año por la Intendencia de Montevideo, la capital del país, resultó electo el médico Tabaré Vásquez. Su reconstitución se reforzó al incorporar a ex guerrilleros tupamaros que aceptaron la vía electoral y formaron el Movimiento de Participación Popular – Cambio 609.

En los sucesivos comicios efectuados entre 1999 y el 2004, la votación frenteamplista fue en ascenso bajo el liderazgo de Vásquez, quien alcanzó la presidencia de la república con más del 50 por ciento de los votos asumiendo en marzo de 2005. En las elecciones de 2009 y 2014, el Frente Amplio obtuvo nuevamente la presidencia con José Mujica y Tabaré Vásquez respectivamente, además, consiguió la mayoría parlamentaria. No obstante, desde los sufragios municipales del 2010, el FA retrocedió desde un 61 al 40 por ciento en Montevideo, su feudo electoral y, a pesar del triunfo presidencial del 2014, sus resultados fueron disminuyendo hasta que en el 2019, Daniel Martínez, su candidato presidencial, fue derrotado, en segunda vuelta, por el actual mandatario Luis Lacalle Pou, quien representa al Partido Nacional. Si bien es cierto, el FA es una coalición compuesta por decenas de grupos, todos coinciden en la ideología socialdemócrata, la que cobija una serie de tendencias que oscilan entre posiciones izquierdistas hasta algunas francamente neoliberales. Tales contradicciones se hicieron presente a lo largo de todas sus administraciones.

Surfista uruguayo sobre una ola

La contraofensiva neoliberal tardía y la confusión de la izquierda

La derrota del Frente Amplio, frente a la cual no ha efectuado ninguna autocrítica, ha permitido que el gobierno de Lacalle avance sin grandes dificultades en una política restauradora que algunos analistas califican de neoliberal tardía. La eventual aprobación de la Ley de Urgente Consideración, LUC, por el Parlamento uruguayo, una normativa con cerca de 500 artículos, consolidará el giro hacia la hegemonía de la alianza entre el capital financiero y los grandes empresarios agroindustriales. La LUC introducirá el mercado en la educación, criminalizará la protesta popular, reducirá las empresas públicas, incentivará el ahorro fiscal, minimizará la inversión social, debilitará el desarrollo científico nacional y relativizará los límites ambientales en las reservas naturales, entre otras cosas. Por ello, no es irrazonable esperar una oleada de privatizaciones y reducción de salarios. Todo ello, aparejado con una intensa campaña comunicacional que ubica al presidente como un deportista, que feliz gusta de surfear frente a un pasado de rencores, ineptitudes e inseguridad. La gran justificación para ejercer un férreo control sobre la población es la lucha contra el narcotráfico y la relectura del régimen dictatorial y justificatorio de los atropellos a los derechos humanos aludiendo a su inevitabilidad ante la guerra de guerrillas iniciada por el terrorismo de los tupamaros.

Sin pudor, Lacalle se alineó con Trump y destituyó a su canciller, Ernesto Calvi, debido a que este, más cercano a los globalistas, se oponía a que un estadounidense presidiera el BID. Mientras tanto, la izquierda observa aturdida y solo desde los sindicatos comenzó la resistencia, aunque todavía de manera incipiente, pero todo indica que la protesta crecerá.