Las ollas comunes expresan la gran capacidad del pueblo para enfrentar el hambre provocado por un gobierno incompetente

Aunque se organizan como una actividad de sobrevivencia extrema, manifiestan un alto nivel de conciencia, organización y decisión de lucha frente a las adversidades que provoca un modelo económico que favorece a los ricos.
Las ollas comunes proliferan de manera explosiva en todas las localidades del país. Ya se acercan al medio millar a lo largo de nuestra geografía y la tendencia muestra un creciente aumento debido al deterioro de la situación económico-social en los hogares populares. Con distintas características, creadas bajo una consigna básica que es neutralizar el hambre y dando muestras de los mejores atributos de la comunidad, este tipo de comedor popular se organiza, provee y ejecuta como una tarea que forma parte de cierta narrativa heroica, ya que se manifiesta como herencia de la lucha contra la dictadura de Pinochet. Por ello, no es una iniciativa ubicada en el plano exclusivamente económico, debido a que se manifiesta como dinámica acción política que supera el típico manejo asistencialista desarrollado por organismos religiosos o las operaciones de propaganda en los municipios cuando se acercan las campañas electorales.

Surgieron de manera espontánea como recurso de la historia popular reciente, pero su origen se encuentra en las recurrentes crisis del capitalismo durante el siglo pasado, así como en las largas huelgas que enfrentó la clase obrera chilena frente a intransigentes patrones que alargaban por meses los conflictos. Inclusive, varias confrontaciones entre obreros y militares en algunas minas, durante combativas huelgas, se desarrollaban alrededor de la “hora de almuerzo”, debido a que era la ocasión en que se reunía la mayoría de los trabajadores y sus familias. En ciertas salitreras, la asistencia a algunas ollas era precedida por una combativa marcha por las calles de los campamentos. Por ello, durante la dictadura no fue ajena a la memoria popular la instalación de ollas comunes, el comprando juntos o las canastas populares. Fue una tarea política de resistencia que iba aparejada con la organización de una actividad mayor que era la lucha por la democracia. Se reconstruía el “colectivo que protege” que tenía objetivos de poder contrahegemónico.

Los comedores populares no solo resuelven lo alimenticio, también significan dignidad
Las actuales ollas comunes no pueden disociarse de la rebelión popular iniciada en octubre del año pasado, son esencialmente su continuidad, por lo que deben ubicarse en un plano que excede la necesidad del alimento, si bien es cierto, su función específica es que las personas puedan tener un mínimo sustento al día. Pero se diferencia de crisis anteriores, en especial las de comienzos de los años 1930, en que hoy es asumida por la sociedad civil. No existen grandes gestiones del Estado como en aquella época, en que las colaciones se preparaban en los regimientos o, simplemente, se instalaban grandes cocinerías o “ranchos”, en donde al mediodía se armaban filas de personas con cubiertos en la mano esperando recibir la ansiada ración. Aunque el aparato estatal intenta estar presente a través de la Junaeb o ciertas alcaldías, extendiendo el clientelismo y el oportunismo electoral, nadie duda de que es una manifestación de actores sociales que aplican los dos principales elementos que impulsaron las protestas hace unos días, la dignidad y la solidaridad. Por ello, muchos de los que hoy organizan, ejecutan o apoyan estos comedores populares autogestionados, en su inmensa mayoría han participado en marchas, sufrieron la represión o han constituido asambleas populares. En tal sentido, al margen del objetivo defensivo, las ollas comunes son un eslabón más de la fuerza social y política en construcción y su labor solidaria, que no es mínima, aporta a la lucha popular y al igual que en la época de la dictadura, deberían ser parte del necesario contrapoder del pueblo.

Las ollas comunes se transformaron en un fenómeno social que trasciende el problema alimenticio
Los comedores vecinales alcanzan a varios centenares a lo largo del país y su proliferación no solo está relacionada a la forma en que los sectores populares satisfacen la necesidad de alimentarse. Más allá de la manera solidaria y digna con que se resuelve una dificultad apremiante y vital, son una continuación de la lucha impulsada desde octubre del año pasado, que en esta oportunidad, se manifiesta acudiendo a la memoria histórica, ya que durante la dictadura, una olla común fue sinónimo de resistencia, en el marco del desarrollo de la fuerza popular que acude a la autoayuda y a la autogestión para resolver sus problemas y como alternativa al clientelismo y al asistencialismo de un Estado que solo reprime. Pero, sobre todo, se transforman en la manifestación de una cultura que se arraiga enfrentando el individualismo y entendiendo que sólo la acción colectiva permitirá al pueblo alcanzar días mejores.