La rebelión mapuche muestra la precariedad del sentido común del Estado en la Araucanía

La rebelión mapuche muestra la precariedad del sentido común del Estado en la Araucanía

La extensión del llamado “conflicto mapuche” es sinónimo de un problema mayor que no acabará en el proceso constituyente, el que solo puede ser un hito, ya que está relacionado con la forma fracasada en que se ha constituido el Estado nación chileno.

Las versiones no pueden ser más alejadas, quienes hoy se están manifestando en las cárceles de la Araucanía, con largas huelgas de hambre, se autoconciben como mapuche, integrantes de una nación separada de la nación chilena mestiza y que tiene el derecho a la libre determinación. Pero, para el gobierno, son chilenos de origen mapuche, o sea, integrantes de una misma nación, la que se cobija bajo un único Estado. Ambas posiciones son irreconciliables políticamente, pero expresan solo una arista del conflicto, porque más allá de lo político, ideológico o cultural, subyace una dimensión que desde el lado chileno no se asume con seriedad: el problema de la propiedad de la tierra.

Si se reconoce que los mapuche son una nación, a la vez, debe reconocérseles la propiedad de las tierras confiscadas, las cuales en su gran mayoría, las más productivas, están en manos de chilenos, un gran porcentaje de ellos extranjeros herederos de la colonización que acompañó a la “pacificación. Es un problema político-económico de gran envergadura que no se puede obviar. Pronto se cumplirán 200 años del tratado de Tapihue, pero la situación vuelve a estar en el comienzo, aunque obviamente con diferencias. La primera de ellas reside en que el proceso de dominación redujo por la fuerza a los mapuche e insertó un grupo de habitantes foráneos que se apropiaron de sus tierras relegándolos a una minoría dominada. Entonces la correlación de fuerzas los desfavoreció absolutamente y el Estado nacional chileno fue dominante, configurándose una clase propietaria agroindustrial quienes constituyeron el grupo social que logró expandir el capitalismo en la región, sin incorporar al sector indígena que obligado a subsistir bajo la institucionalidad estatal, derivó de nación semiautónoma a un componente más de las clases y grupo sociales oprimidos de la sociedad chilena, subsumidos a la fuerza en un interés general, que no era el suyo. Todo el Siglo XX los textos escolares resaltaron la existencia de héroes araucanos como parte de una resistencia que culminó con la independencia chilena, y si bien hubo algunos resentidos, estos fueron pacificados y el conflicto ya quedó en el pasado. Pero, la chilenización no fue ni siquiera asimilación, sino una brutal apropiación del suelo, por lo que el argumento oficial se debilita en la medida que los mapuche y parte del pueblo chileno, rechazan la narrativa oficial, asumiendo que no fue pacificación sino un despojo establecido como práctica social racista.

El Estado chileno ya no cohesiona a todos los habitantes de la Araucanía, un amplio sector siente que no los representa, por lo que ya no cumple un rol articulador solo el represivo.

Cuando a fines de los años 1980, comenzó a construirse una nueva narrativa que cuestionaba la oficial, el Estado en el Bio Bio al sur dejó de cumplir su papel cohesionador y solo representó el sentido común de la chilenidad. El despliegue mayor identitario de una nueva generación indígena, más el apoyo de vastos sectores chilenos, cambió la correlación de fuerzas tanto en la región como en el ámbito nacional.

El proceso de maduración fue conjunto, ya que grupos de chilenos debieron superar la noción victimizante de lo indígena y asumir su importancia que como actor social reviste en la lucha por la liberación en Latinoamérica o el AbyaYala. Este cambio en la situación de fuerzas en la sociedad chilena, no fue asumido por la elite, la que aplicó el método utilizado para dominar al conjunto del pueblo chileno durante la transición: clientelismo, invisibilización y represión. Así, quienes comprendieron que la tierra es la esencia del problema e impulsaron recuperaciones, tuvieron numerosas muertes durante los gobiernos de la Concertación y la Derecha. Pero, no significó un retroceso, fue elemento componente de un movimiento que ya maduró y que no se puede ignorar. La causa mapuche es fuerte y el Estado no puede recomponer su dominación porque le arrebataron el sentido común y en la región solo representa el interés de un grupo de propietarios, aliados a las forestales, que poseen un débil argumento para defender el derecho de propiedad de tierras usurpadas que deberían ser devueltas, porque las condiciones políticas cambiaron y no pueden revertir tal situación. Es impensable una pacificación 2.0, la que solo se le ocurrió a Piñera con el Comando Jungla. Además, lo señalamos anteriormente, los grupos mapuche que tienen legitimidad y fuerza, no aspiran a una revancha, solo quieren revertir el despojo y ser reconocidos como nación autónoma, pero no eliminar o expulsar a los no mapuche. Felizmente una de las partes es criteriosa, porque tanto el gobierno como los agricultores, forestales y ahora algunos camioneros, reducen sus ideas a lugares comunes que a nada conducirán.