Las enseñanzas de la derrota de la Unidad Popular

Desde septiembre de 1973, el proceso revolucionario encabezado por Salvador Allende, cuyo objetivo era el cambio del sistema capitalista, es objeto de análisis y evaluaciones desde variadas ópticas, pero lo profundo y complejo de su diseño e implementación, no permite que exista una opinión unánime sobre su legado.
Un proceso de tal magnitud es imposible que se ciña a una sola versión ya que no puede disociarse de los proyectos políticos actualmente existentes. Por ello, muchos análisis parten desde un sesgo propagandístico que distorsiona una evaluación como su proyección. Asimismo, algunos analistas con muy poca seriedad condicionan sus opiniones a su sobrevivencia personal. En Chile, quienes aspiran al socialismo, se encuentran con una pegunta clave, ¿es factible un triunfo popular siguiendo la misma vía? En caso que fuese negativa la respuesta, habría que preguntarse de inmediato ¿cuál es la otra vía? Y en el supuesto que la contestación insistiese en que lo implementado en 1970 es el diseño correcto, la inquietud que surge se fundamenta en las insuficiencias que exhibió el proceso, ya que, de lo contario, se corre el riesgo de llegar de nuevo al mismo trágico desenlace. Obviamente, para quienes no creen que el socialismo sea la respuesta a la crisis estructural y apuestan por un capitalismo más justo o un estado de bienestar, el tema del poder por parte de las clases dominadas es una locura inviable y extremista. Pero, en el interior de las fuerzas antisistémicas, la evaluación de la experiencia de la Unidad Popular es importante factor que trae de inmediato la constatación de la falta de unidad, cuestión que surgió al mantener dos estrategias encontradas, lo que impidió establecer una dirección revolucionaria única. En tal sentido, cualquier proceso futuro requiere de aprender dicha lección, ya que no basta con declaraciones líricas, porque no se puede avanzar ni retroceder sin una estrategia concreta, pero el problema sigue estando en la definición de la vía, la que no puede desligarse del programa, ya que ambos se determinan. En concreto, lo que está detrás de todo es plantearse, por parte de las fuerzas que están a favor del socialismo, si la lucha electoral e institucional es la correcta, porque aquello define el carácter de la transición, ya que no se puede volver a ser ingenuos y suponer que, ahora sí, Estados Unidos, el empresariado y la Derecha, aceptarán un proceso de transformaciones sin salirse de las reglas constitucionales aceptadas.
Si la vía electoral e institucional fuese la correcta, ¿habrá que repetir todo lo que hizo la Unidad Popular sin tomar en cuenta sus insuficiencias? Es un tema que ni siquiera se plantea porque en las elite políticas son muy pocas las fuerzas que en el país están por el socialismo y los actores sociales aún no lo señalan.
La conmemoración de los acontecimientos del once de septiembre de 1973, debe partir aceptando que fue una derrota que se produjo por errores estratégicos, no obedeció solo a la conspiración de Estados Unidos ni a la acción del empresariado y la Derecha, pero tales desaciertos que impidieron el éxito del proyecto, no significan que el socialismo haya quedado obsoleto como sistema, por lo que se debe reconstruir el proyecto bajo las nuevas formas de explotación capitalista y la nueva correlación de fuerzas mundiales. Quizás, para un alto porcentaje de la población esto puede ser una ilusión, porque además, la caída de la Unión Soviética, refuerza la inviabilidad del socialismo, pero esto va aparejado con la viabilidad del capitalismo, el que puede favorecer solo a un reducido sector del país, pero la inmensa mayoría no se beneficia con sus éxitos y solamente sobrevive, de lo contrario no habría ocurrido el 18 de octubre. Ahora bien, durante el mismo alzamiento popular se demostró que las consignas de la gente en la calle estaban relacionadas a ideas de izquierda, pero la ausencia de la organización política se hizo palpable porque no derivo más allá de la protesta callejera y la elite utilizó el Estado, para que el movimiento se reinsertase en la institucionalidad alejándolo de toda posible ruptura. En definitiva faltó fue el proyecto alternativo, pero también una definición sobre la vía, ya que de una u otra manera se volvió a lo meramente electoral, siendo que la experiencia de la derrota de la UP, demuestra que es insuficiente como vía para producir cambios. Solo en las poblaciones hubo claridad junto a quienes persistieron en la plaza Dignidad como en regiones y en el sur el movimiento mapuche. Pero, quienes se autoasignaron cierto liderazgo, solo apostaron a mantener la estrategia de la Concertación-Nueva Mayoría y avanzar en la medida de lo posible, correr cercos esperando un momento ideal que nunca llega porque se está dispuesto a aceptar la legalidad vigente, vale decir, no se supera la estrechez del diseño de la Unidad Popular aunque haya demostrado históricamente sus evidentes limitaciones.
Hoy están floreciendo los candidatos presidenciales e, ingenuamente, lo hacen bajo la premisa de emprender limitados cambios, pero la crisis del país no se supera con pequeñas cirugías ambulatorias, es necesario una operación mayor, pero el no tener claro el cómo se hace, indica que no se ha avanzado más allá del 11 de septiembre de 1973.