La Derecha chilena y los empresarios sin brújula en un mundo que cambia aceleradamente

La Derecha chilena y los empresarios sin brújula en un mundo que cambia aceleradamente

Con escasas figuras capaces de elaborar análisis serios y recurriendo a clichés por encima de un acertado diagnóstico estratégico, los partidos de gobierno, y la mayoría del empresariado, no constatan las complejidades de la nueva situación política nacional y, sobre todo, mundial.

Las fuerzas neoliberales chilenas tienen gran capacidad para encontrar un enemigo común que articule sus fuerzas cuando no pueden sostener con argumentos sus posiciones. Es propaganda chabacana que repiten constantemente como eje divisorio entre sus partidarios y el enemigo. Hoy es el “populismo”, concepto amplio en el que caben todos quienes se alejan de la ortodoxia neoliberal, cuyo origen, obviamente, no es chileno ya que fue reinventado por un think tank del hemisferio norte. No obstante, es necesario aclarar que frente a lo que emiten los empresarios y personeros políticos de Derecha, debe separarse el trigo de la paja, vale decir, una cosa es la propaganda destinada a vigorizar sus adherentes, otra es el ataque a sus adversarios y una muy distinta es lo que efectivamente piensan. Pero, en la revisión de la mayoría de las opiniones de sus representantes, de todos los niveles y distintas tendencias, se puede apreciar la falta de ideas para diagnosticar con certeza el momento político que vive el país, de allí sus problemas estratégicos y la insistencia en planteamientos que están muy ajenos a la realidad nacional.

En lo que respecta a la situación coyuntural propiamente tal, el problema reside en que la esquemática matriz ideológica empresarial es la que prima y sus representantes políticos tienen grandes problemas para transformarla en acción viable, ya que dicha camisa de fuerza les impide construir plataformas creíbles. La forma de capitalismo que proponen los grupos económicos está colapsando después de un exitoso desarrollo, para sus intereses, por largas décadas. Pero hoy, la verdad evidente que se niegan a aceptar, radica en que la gran mayoría del país rechaza el modelo en todas sus facetas, sin alguna posibilidad de reversión, por lo que el tema central es qué se plantea como alternativa. Allí está su tremendo problema, los empresarios que hasta el momento dominan la sociedad chilena no desean cambio alguno y están esperanzados en que todas las dificultades sean transitorias, confiando en que podrán construir una mayoría en las cúpulas políticas para mantener el modelo intacto. Apuestan a convertirse en beneficiosos agentes que, desde las empresas, lograrán efectuar una labor de servicio a la comunidad suficiente para aminorar la desigualdad. No pueden entender que la responsabilidad social, o sea, el asistencialismo, es una gota de agua en el mar. Los empresarios no asumen el gran deterioro que han provocado en la sociedad, el que no se solucionará con buenas acciones tipo madre Teresa de Calcuta.

Los empresarios y la mayoría de la Derecha, apostaban a una salida por arriba, sin reparar en que la crisis se acercaba a la cúspide del Estado

La división de la Derecha con poca posibilidad de lograr una proximidad estable

Las dos visiones en la Derecha aparecen irreconciliables en la medida que se comprime su campo de coincidencias. Las incompatibilidades más relevantes se ubican en la respuesta frente a la crisis que explosionó en octubre pasado, la que no ha desaparecido. En concreto, hay un sector que no acepta el proceso constituyente como se está configurando y apuesta por una negociación “equilibrada” en las alturas con la DC y el laguismo, reviviendo la “política de los consensos”, o sea, reproducir el acuerdo de 1989 y lograr un pacto manteniendo el control. Tácticamente debe recomponer su fuerza y para ello intenta aglutinar los duros y puros en torno a la opción Rechazo en el plebiscito de octubre. Es intransigente en su postura porque presume que si pierde el control del proceso constituyente, tarde o temprano, terminará con el modelo. Un segundo sector considera que la estrategia de quienes rechacen el plebiscito no permitirá reconstruir una alianza con la DC y el laguismo, todo lo contrario, aislará a la Derecha, reduciendo su influencia y alejando cualquier posibilidad de mantener conducción sobre los acontecimientos, además, corriendo el riesgo de que el proceso se salga de los cauces institucionales y se apresure la ruptura sin lograr un pacto.

El gran problema de ambas tendencias está en que necesitan de la DC y el laguismo para que sus tácticas tengan viabilidad, pero estos están cercados en las alturas, con su base social paralizada o derechamente apoyando las protestas, además, en noviembre pasado, ambos no lograron desmovilizar los actores sociales como se comprometieron, cuestión que siempre argumenta la UDI para intentar bajarse del pacto. Ante tal situación, el empate en la Derecha se está volviendo catastrófico y sus dirigentes saben que solamente se puede resolver con una fuerza que, aparentemente, desequilibre el péndulo para uno u otro lado, léase el gobierno. Pero, a esta eventual salida se le cruza el problema-dilema estructural que atraviesa indefectiblemente toda posible salida ¿se mantiene o se cambia el modelo? ¿Hay fórmula intermedia viable? Esta contradicción de fondo, siempre estuvo subyacente y tanto empresarios como políticos de derecha lograron alejarla de la continencia, arguyendo que todo lo que cuestionara el modelo era populismo o una venezuelización del país. Pero la crisis sanitaria mostró aún más las deficiencias del neoliberalismo y sus ejes básicos comenzaron a discutirse, ello ahondó el problema para la Derecha y no puede zafarse.

La crisis sanitaria profundizó los problemas que arrastraba el gobierno

El manejo inicial de la pandemia, aparentemente, se presentaba como una oportunidad para que el gobierno pudiese remontar su descenso, ya que, en tal sentido, significaba la paralización del movimiento social y la presencia de las fuerzas armadas en el control de la ciudadanía, lo que junto a una administración eficiente de la enfermedad, abría expectativas para volver a manejar el país a través de la gestión política y no solamente acudiendo a la represión. Sin embargo, el diseño fue horrible, si es que alguna vez hubo uno. El equipo que se formó para enfrentar la Cobid-19 minimizó su efecto, sólo escuchó al empresariado y elaboró una estrategia que buscaba salvar la economía mientras el coronavirus se le escapaba de las manos, ya que no dimensionó su expansión y, en vez de asumir desde un comienzo su errada apuesta, prefirió mentirle a la gente. Piñera, no sopesó su propia ilegitimidad para dirigir una tarea de tal envergadura, la que necesitaba del convencimiento de una sociedad que mayoritariamente lo rechaza. La cuestión era muy simple, si una crisis sanitaria abarca a gran parte de la comunidad se transforma en una crisis social, la que debe tener una resolución política, para la cual necesitaba un arco mayor al de la Derecha. Pero, contrariamente a lo que indicaba un criterioso manejo, no quiso compartir un hipotético triunfo y prefirió actuar en solitario, ni siquiera incorporó a sus alcaldes, parlamentarios, especialistas o a los científicos del gobierno.

Piñera concentró su táctica política repitiendo lo de noviembre pasado, no apreciando las limitantes de aquel negociado, así como la fuerte presión ejercida a quienes concurrieron aquella vez y, el desgaste de su propia coalición, la que ha demostrado alta incapacidad para resolver los desafíos que impone un movimiento social cada vez más maduro. Ante tal situación no tiene muchas salidas y solo podría terminar su mandato en paz si logra recomponer la alianza de Derecha y alcanzar un acuerdo con la DC, el laguismo y algún otro sector disponible. No obstante, ¿quién podría querer subirse a un barco que se está hundiendo por las fallas del capitán, el que además se niega a reconocer sus errores y no quiere compartir el timón? Pero, ante la posibilidad de que pudiese atraer eventuales socios más allá de su sector, tiene la espada de Damocles empresarial sobre su cabeza y solo podría ceder lo que Sutil, Larraín y compañía deseen consentir y, hasta el momento, no existe señal alguna que demuestre que los empresarios están a favor de un cambio como el que necesita urgentemente el país.

Allamand discute con Ossandon
Gobierno y empresarios cociéndose en su salsa en medio de llanto general.

La concentración en el Parlamento de la mayor actividad política del país, debiera haber sido un factor propicio para el gobierno, pero no está resultando favorable a sus intereses, debido a que la crisis está llegando a las alturas, en este caso específico a la cima del aparato estatal. Si bien es cierto, en octubre Piñera logró sortear el vendaval acudiendo a los otros poderes del Estado y a su aparato coercitivo, porque siendo una rebelión que comenzó en la base, teniendo como principal y casi único eje la manifestación callejera, no afectó de inmediato a la superestructura de la sociedad. No obstante, el carácter orgánico de la crisis indicaba que tarde o temprano llegaría a la cumbre de la entidad pública mayor y no sólo se manifiesta en el Congreso sino que también en el Tribunal Constitucional y es probable que llegue a otras estructuras. Sin embargo, la gran definición está en el proceso constituyente, del cual el plebiscito y la eventual convención que emane de este, son solo algunos de sus pasos. Pero aferrarse a él como el único escenario es un error, porque nunca se debe olvidar que la definición ulterior está definida por el poder del Estado. Las crisis políticas son esencialmente dinámicas y la fuerza popular es el factor decisivo aun sin estar físicamente presente, la oportunista voltereta de los congresales de la Concertación- Nueva Mayoría en lo referente al tema de las AFPs, así lo confirma. Es impensable que la salida a la crisis no sea a través de una asamblea constituyente soberana, como es absurdo que el modelo político-económico pueda seguir manteniéndose si la inmensa mayoría de la comunidad lo rechaza ampliamente. La idea de un arreglín por arriba, salida que embelesa a los empresarios para poder resguardar sus intereses, no tiene futuro alguno. La Derecha está en un laberinto, además, con sus principales líderes políticos y corporativos sin propuestas viables, no sería extraño que se tienten con una salida cruenta, pero, sería represión pura, sin proyecto, ya que pueden revertir votaciones en el Congreso o establecer un marco unitario para funcionar, pero si se aferran al neoliberalismo y no construyen una alternativa, el futuro que les espera es cuesta arriba.